Cuentos españoles
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Cuentos españoles

© ООО «Издательство АСТ», 2025

LA BODA DE MI TÍO PERICO

Esta es la historia del gallo Quirico que iba a la boda de su tío Perico:

El gallo Quirico iba a la boda de su tío Perico, tenía mu-u-ucha hambre. Por el camino, se encontró un gusanito y pensó: “¡Qué hambre tengo! me comería este gusanito en un abrir y cerrar de ojos. Pero… si como me mancho el pico y no puedo ir a la boda de mi tío Perico. Si no pico… me muero de hambre”. ¿Pico o no pico? Y fue y picó.

Siguió caminando alegre por el camino, tan contento y con el buche lleno. Al cruzar un río, se dio cuenta de que tenía el pico sucio.

–¡Oh, mi pico! Así no puedo ir a la boda.

Pidió a la hierba:

– Hierba, límpiame el pico que voy a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Siguió caminando y encontró una oveja y dijo:

– Oveja, come a la hierba, que no ha querido limpiarme el pico para ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Buscó un palo y le dijo:

– Palo, pega a la oveja, que la oveja no quiso comer la hierba, que no quiso limpiarme el pico para ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita: “Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico”.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Como el palo no quiso, fue en busca del fuego y le dijo:

– Fuego, quema al palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comerse la hierba, que no quiso limpiarme el pico, para poder ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Como el fuego no quiso quemar el pelo, fue a ver al agua y le dijo:

– Agua, apaga el fuego, que no quiso quemar al palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comerse la hierba, que no quiso limpiarme el pico, para poder ir a la boda de su tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso y haber comido al gusano Gusanito… ¡Límpiate tú el pico!

Arrepentido el gallo Quirico por haberse comido al gusano Gusanito… se puso con la cabeza para abajo. Y así… “pico abajo” salió enterito el gusano Gusanito.

El agua no tuvo que apagar el fuego, el fuego no quemó el palo, el palo no pegó a la oveja, la oveja no se comió la hierba, y la hierba limpió el pico al gallo Quirico y, por fin, pudo llegar feliz y contento a la boda de su tío Perico.

LAS TRES NARANJAS DEL AMOR

Érase que se era un rey muy viejo que tenía un solo hijo, al que debía casar antes de morirse. Pero el príncipe, aunque quería complacer a su padre, estaba muy triste, porque no encontraba ninguna mujer que le gustara para casarse. Un día, estando lavándose en sus habitaciones, fue y tiró el agua sucia por un balcón, con tan mala suerte, que fue a caerle a una gitana que pasaba por allí. Entonces la gitana le echó una maldición:

– Ojalá te seques antes de que encuentres las tres naranjas del amor.

Esto le causó mucha impresión al príncipe, que se lo contó a su padre. Decidieron entonces consultar con una hechicera, porque el príncipe estaba cada día más triste. La hechicera, cuando conoció la maldición, dijo:

– Eso es que el príncipe tiene que encontrar novia, y para eso ha de ir muy lejos, muy lejos, adonde hay un jardín con muchos naranjos. Guardándolo hay tres perros rabiosos, que tendrá que vencer. Luego buscará uno de los naranjos, que solo tiene tres naranjas y, sin subirse a él, las cogerá de un salto, porque, si no, no saldría nunca del jardín. Cuando tenga las tres naranjas, que se vuelva a casa.

Y así lo hizo el príncipe. Se puso en camino, y andar, andar, hasta que por fin llegó a las puertas del jardín, donde estaban los tres perros rabiosos. Pero el príncipe había comprado tres panes y le echó uno a cada perro. Mientras estos se entretenían comiendo, entró el príncipe en el jardín, buscó el naranjo que solo tenía tres naranjas y, de un salto, las cogió las tres. Y todavía le dio tiempo de salir antes de que los perros terminaran de comerse los panes.

Ya iba de camino de vuelta, venga a andar, venga a andar, cuando sintió hambre y sed, y se dijo: “Voy a comerme una de las naranjas”. Pero en cuanto la abrió apareció una joven muy guapa, que le dijo:

–¿Me das agua?

– No tengo – contestó el príncipe, muy sorprendido.

– Pues entonces me meto en mi naranjita y me vuelvo a mi árbol.

Y al instante desapareció.

Siguió el príncipe andando y llegó a una venta. Allí pidió una jarra de vino y otra de agua, por lo que pudiera pasar. Abrió otra naranja y se le apareció otra joven, más guapa todavía que la anterior, que le dijo:

–¿Me das agua?

– Toma – y el príncipe le ofreció la jarra; pero se equivocó y, en vez de la jarra de agua, le dio la de vino, y la muchacha le dijo:

– Pues me meto en mi naranjita y me vuelvo a mi árbol.

Y desapareció.

El príncipe siguió su camino y otra vez se sentía muy cansado, pero no paró hasta que llegó a un río. Se acercó a la orilla y abrió la tercera naranja dentro del agua, diciendo:

– Por falta de agua no te morirás.

Y al momento se formó un montón de espuma y de entre ella salió una muchacha más hermosa que el sol.

El príncipe se quedó maravillado y en seguida le pidió que se casara con él. Ella le dijo que sí, y se casaron en el primer pueblo que encontraron.

Todavía tuvieron que andar mucho para llegar al palacio y, al cabo de un año, la princesa dio a luz a un hijo. Por fin divisaron el palacio, cuando llegaron a una fuente donde había un árbol. El príncipe le dijo a ella:

– No quiero que tú y mi hijo entréis de cualquier manera a mi casa. Así que te subes al árbol con el niño, para que nadie te vea, mientras yo voy a preparar a mi padre, y luego vendré a recogeros como es debido.

Y así lo hicieron. Se subió la princesa al árbol con su hijo y partió el príncipe.

Estando en la espera, vino a la fuente a por agua la gitana que le había echado la maldición al príncipe. Cuando fue a agacharse, vio reflejada en el agua la cara de la princesa y, creyendo que era la suya, dijo:

–¡Yo tan guapa y venir por agua!

Rompió el cántaro y se volvió a su casa. Pero otra vez le pasó lo mismo y volvió a la fuente con otro cántaro. Entonces vio que la que estaba en el agua se estaba peinando y comprendió lo que pasaba. Miró para arriba y vio a la princesa. Y aunque le dio mucho coraje, lo disimuló y le dijo:

– Señorita, ¿cómo usted peinándose sola? Baje usted, por favor, que la peinaré mientras tiene al niño.

La princesa no quería, pero tanto le insistió la otra, que al fin bajó y se dejó peinar por la gitana. Y según la estaba peinando, le calvó un alfiler en la cabeza y la princesa se volvió una paloma, blanca como la leche. Echó a volar y la gitana se puso en el lugar de la princesa, con el niño en brazos.

Ya vino a por ella el príncipe con una carroza y con mucho séquito, cuando se acercó y le dijo:

– Muy cambiada estás. ¿Qué ha pasado?

– Nada, de tanto tomar el sol… – dijo la gitana.

El príncipe no quedó muy conforme, pero se la llevó con su hijo.

Pasaron los días y la paloma no hacía más que darle vueltas al palacio, venga vueltas, y hasta se hizo amiga del jardinero, al que decía:

– Jardinerito del rey, ¿qué tal te va con la reina traidora?

Y el jardinero contestaba:

– Ni bien ni mal, que es mi señora.

–¿Y el hijo del rey?

– Unas veces ríe y otras veces llora.

Así que el jardinero le llevó la paloma al hijo del rey, que se encariñó mucho con ella, la llevaba a todas partes y hasta la dejaba comer en su plato y beber de su copa. Un día el niño le notó un bultito en la cabeza, porque la paloma no hacía más que rascársela. Le sopló en las plumitas y entonces vio la cabeza de un alfiler. Tiró de ella y, al sacárselo, la paloma se convirtió en la princesa tan guapa como era antes. Al momento le reconoció su marido y los tres se abrazaron y se dieron muchos besos.

¿Y qué hicieron con la bruja gitana? Pues que la mataron, la quemaron y aventaron sus cenizas.

JORGE EL VALEROSO

En una pequeña ciudad no muy lejana, vivía un hombre junto a su hijo, al que todos llamaban Jorge el tonto, porque no sabía lo que era el miedo. Tenía muchas ganas de saberlo, pero nadie había conseguido nunca que el chico se asustara por nada. Una mañana, mientras desayunaban, su padre, cansado de esta historia, le dijo:

– Si sigues en casa, nunca comprenderás nada. Debes marcharte a conocer el mundo. Tal vez así llegues a entender algún día qué significa exactamente la palabra miedo.

Jorge estaba de acuerdo con las palabras de su padre, de modo que al atardecer se despidió, y comenzó a caminar para ver si en algún lugar alguien podía ayudarle a solucionar su problema.

Cansado de buscar sin encontrar, una noche oscura llegó a una posada de la que salían unos gritos muy fuertes. Decidido, abrió la puerta y entró. Allí vio a decenas de hombres que bebían, discutían y se pegaban. Uno de ellos se giró hacia la puerta y al ver al joven le dijo con voz amenazante:

–¿Y tú qué quieres?

– Verá —respondió Jorge—, me gustaría que alguno de ustedes me ayudase a conocer lo que es el miedo.

– Si

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