Севильский озорник, или Каменный гость = El burlador de Sevilla y convidado de piedra
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Тирсо де Молина

Севильский озорник, или Каменный гость / El burlador de Sevilla y convidado de piedra

Сборник пьес

Tirso de Molina

El burlador de Sevilla y convidado de piedra

* * *

© ООО «Издательство АСТ», 2025

El burlador de Sevilla y convidado de piedra

Personas


Don Diego Tenorio, viejo

Don Juan Tenorio, su hijo

Catalinón, lacayo

El Rey de Nápoles

El Duque Octavio

Don Pedro Tenorio, tío

El Marqués de la Mota

Don Gonzalo de Ulloa

El Rey de Castilla, Alfonso XI

Fabio, criado

Isabela, Duquesa

Tisbea, pescadora

Belisa, villana

Anfriso, pescador

Coridón, pescador

Gaseno, labrador

Batricio, labrador

Ripio, criado

Doña Ana de Ulloa

Aminta, labradora

Acompañamiento

Cantores

Guardas

Criados

Enlutados

Músicos

Pastores

Pescadores





Acto I



[En Nápoles en el palacio real]





Salen don Juan Tenorio e Isabela, duquesa

Isabela
 

Duque Octavio, por aquí

podrás salir más seguro.

 

Juan
 

Duquesa, de nuevo os juro

de cumplir el dulce sí.

 

Isabela
 

¿Mi gloria, serán verdades

promesas y ofrecimientos,

regalos y cumplimientos,

voluntades y amistades?

 

Juan
 

Sí, mi bien.

 

Isabela
 

Quiero sacar

una luz.

 

Juan
 

¿Pues, para qué?

 

Isabela
 

Para que el alma dé fe

del bien que llego a gozar.

 

Jose Garcia Ramos

Juan
 

Mataréte la luz yo.

 

Isabela
 

¡Ah, cielo! Quién eres, hombre?

 

Juan
 

¿Quién soy? Un hombre sin nombre.

 

Isabela
 

¿Que no eres el duque?

 

Juan
 

No.

 

Isabela
 

¡Ah de palacio!

 

Juan
 

Detente.

Dame, duquesa, la mano.

 

Isabela
 

No me detengas, villano.

¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

 

Sale el Rey de Nápoles, con una vela en un candelero

Rey
 

¿Qué es esto?

 

Isabela
 

¡Favor! ¡Ay, triste,

que es el rey!

 

Rey
 

¿Qué es?

 

Juan
 

¿Qué ha de ser?

Un hombre y una mujer.

 

Rey
 

Esto en prudencia consiste.

¡Ah de mi guarda! Prendé

a este hombre.

 

Isabela
 

¡Ay, perdido honor!

 

Sale don Pedro Tenorio, embajador de España, y guarda

Pedro
 

¿En tu cuarto, gran señor

voces? ¿Quién la causa fue?

 

Rey
 

Don Pedro Tenorio, a vos

esta prisión os encargo.

Si ando corto, andad vos largo.

Mirad quién son estos dos.

Y con secreto ha de ser,

que algún mal suceso creo;

porque si yo aquí los veo,

no me queda más que ver.

 

Vase el Rey

Pedro
 

Prendedle.

 

Juan
 

¿Quién ha de osar?

Bien puedo perder la vida;

mas ha de ir tan bien vendida

que a alguno le ha de pesar.

 

Pedro
 

Matadle.

 

Juan
 

¿Quién os engaña?

Resuelto en morir estoy,

porque caballero soy.

El embajador de España

llegue solo, que ha de ser

él quien me rinda.

 

Pedro
 

Apartad;

a ese cuarto os retirad

todos con esa mujer.

 

Vanse los otros

 

Ya estamos solos los dos;

muestra aquí tu esfuerzo y brío.

 

Juan
 

Aunque tengo esfuerzo, tío,

no le tengo para vos.

 

Pedro
 

Di quién eres.

 

Juan
 

Ya lo digo.

Tu sobrino.

 

Pedro
 

¡Ay, corazón,

que temo alguna traición!

¿Qué es lo que has hecho, enemigo?

¿Cómo estás de aquesta suerte?

Dime presto lo que ha sido.

¡Desobediente, atrevido!

Estoy por darte la muerte.

Acaba.

 

Juan
 

Tío y señor,

mozo soy y mozo fuiste;

y pues que de amor supiste,

tenga disculpa mi amor.

Y pues a decir me obligas

la verdad, oye y diréla.

Yo engañé y gocé a Isabela

la duquesa.

 

Pedro
 

No prosigas,

tente. ¿Cómo la engañaste?

Habla quedo, y cierra el labio.

 

Juan
 

Fingí ser el duque Octavio.

 

Pedro
 

No digas más. ¡Calla! ¡Baste!

Perdido soy si el rey sabe

este caso. ¿Qué he de hacer?

Industria me ha de valer

en un negocio tan grave.

Di, vil, ¿no bastó emprender

con ira y fiereza extraña

tan gran traición en España

con otra noble mujer,

sino en Nápoles también,

y en el palacio real

con mujer tan principal?

¡Castíguete el cielo, amén!

Tu padre desde Castilla

a Nápoles te envió,

y en sus márgenes te dio

tierra la espumosa orilla

del mar de Italia, atendiendo

que el haberte recibido

pagaras agradecido,

y estás su honor ofendiendo.

¡Y en tan principal mujer!

Pero en aquesta ocasión

nos daña la dilación.

Mira qué quieres hacer.

 

Juan
 

No quiero daros disculpa,

que la habré de dar siniestra,

mi sangre es, señor, la vuestra;

sacadla, y pague la culpa.

A esos pies estoy rendido,

y ésta es mi espada, señor.

 

Pedro
 

Alzate, y muestra valor,

que esa humildad me ha vencido.

¿Atreveráste a bajar

por ese balcón?

 

Juan
 

Sí atrevo,

que alas en tu favor llevo.

 

Pedro
 

Pues yo te quiero ayudar.

Vete a Sicilia o Milán,

donde vivas encubierto.

 

Juan
 

Luego me iré.

 

Pedro
 

¿Cierto?

 

Juan
 

Cierto.

 

Pedro
 

Mis cartas te avisarán

en qué para este suceso

triste, que causado has.

 

Juan
 

Para mí alegre dirás.

Que tuve culpa confieso.

 

Pedro
 

Esa mocedad te engaña.

Baja por ese balcón.

 

Juan
 

(Con tan justa pretensión,

 

Aparte

 

gozoso me parto a España).

 

Vase don Juan y entra el Rey

Pedro
 

Ejecutando, señor,

lo que mandó vuestra alteza,

el hombre…

 

Rey
 

¿Murió?

 

Pedro
 

Escapóse

de las cuchillas soberbias.

 

Rey
 

¿De qué forma?

 

Pedro
 

De esta forma:

aun no lo mandaste apenas,

cuando sin dar más disculpa,

la espada en la mano aprieta,

revuelve la capa al brazo,

y con gallarda presteza,

ofendiendo a los soldados

y buscando su defensa,

viendo vecina la muerte,

por el balcón de la huerta

se arroja desesperado.

Siguióle con diligencia

tu gente. Cuando salieron

por esa vecina puerta,

le hallaron agonizando

como enroscada culebra.

Levantóse, y al decir

los soldados, «¡Muera, muera!»,

bañado con sangre el rostro,

con tan heroica presteza

se fue, que quedé confuso.

La mujer, que es Isabela,

que para admirarte nombro

retirada en esa pieza,

dice que fue el duque Octavio

quien, con engaño y cautela,

la gozó.

 

Rey
 

¿Qué dices?

 

Pedro
 

Digo

lo que ella propia confiesa.

 

Rey
 

¡Ah, pobre honor! Si eres alma

del hombre, ¿por qué te dejan

en la mujer inconstante,

si es la misma ligereza?

¡Hola!

 

Sale un criado

Criado
 

¿Gran señor?

 

Rey
 

Traed

delante de mi presencia

esa mujer.

 

Pedro
 

Ya la guardia

viene, gran señor, con ella.

 

Trae la guarda a Isabela

Isabela
 

¿Con qué ojos veré al rey?

 

Rey
 

Idos, y guardad la puerta

de esa cuadra. Di, mujer,

¿qué rigor, qué airada estrella

te incitó, que en mi palacio,

con hermosura y soberbia,

profanases sus umbrales?

 

Isabela
 

Señor…

 

Rey
 

Calla, que la lengua

no podrá dorar el yerro

que has cometido en mi ofensa.

¿Aquél era del duque Octavio?

 

Isabela
 

Sí, señor.

 

Rey
 

No importan fuerzas,

guardas, criados, murallas,

fortalecidas almenas,

para amor, que la de un niño

hasta los muros penetra.

Don Pedro Tenorio, al punto

a esa mujer llevad presa

a una torre, y con secreto

haced que al duque le prendan;

que quiero hacer que le cumpla

la palabra, o la promesa.

 

Isabela
 

Gran señor, volvedme el rostro.

 

Rey
 

Ofensa a mi espalda hecha,

es justicia y es razón

castigalla a espaldas vueltas.

 

Vase el Rey

Pedro
 

Vamos, duquesa.

 

Isabela
 

(Mi culpa [Aparte]

no hay disculpa que la venza,

mas no será el yerro tanto

si el duque Octavio lo enmienda).

Vanse todos

 

[En el palacio del duque Octavio]





Salen el duque Octavio, y Ripio su criado.

Ripio
 

¿Tan de mañana, señor,

te levantas?

 

Octavio
 

No hay sosiego

que pueda apagar el fuego

que enciende en mi alma amor.

Porque, como al fin es niño,

no apetece cama blanda,

entre regalada holanda,

cubierta de blanco armiño.

Acuéstase. No sosiega.

Siempre quiere madrugar

por levantarse a jugar,

que al fin como niño juega.

Pensamientos de Isabela

me tienen, amigo, en calma;

que como vive en el alma,

anda el cuerpo siempre en vela,

guardando ausente y presente,

el castillo del honor.

 

Ripio
 

Perdóname, que tu amor

es amor impertinente.

 

Octavio
 

¿Qué dices, necio?

 

Ripio
 

Esto digo,

impertinencia es amar

como amas. ¿Vas a escuchar?

 

Octavio
 

Sí, prosigue.

 

Ripio
 

Ya prosigo.

¿Quiérete Isabela a ti?

 

Octavio
 

¿Eso, necio, has de dudar?

 

Ripio
 

No, mas quiero preguntar,

¿Y tú no la quieres?

 

Octavio
 

Sí.

 

Ripio
 

Pues, ¿no seré majadero,

y de solar conocido,

si pierdo yo mi sentido

por quien me quiere y la quiero?

Si ella a ti no te quisiera,

fuera bien el porfialla,

regalalla y adoralla,

y aguardar que se rindiera;

mas si los dos os queréis

con una mesma igualdad,

dime, ¿hay más dificultad

de que luego os desposéis?

 

Octavio
 

Eso fuera, necio, a ser

de lacayo o lavandera

la boda.

 

Ripio
 

Pues, ¿es quien quiera

una lavandriz mujer,

lavando y fregatrizando,

defendiendo y ofendiendo,

los paños suyos tendiendo,

regalando y remendando?

Dando, dije, porque al dar

no hay cosa que se le iguale,

y si no, a Isabela dale,

a ver si sabe tomar.

 

Sale un criado

Criado
 

El embajador de España

en este punto se apea

en el zaguán, y desea,

con ira y fiereza extraña,

hablarte, y si no entendí

yo mal, entiendo es prisión.

Octavio¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?

Decid que entre.

Entra Don Pedro Tenorio con guardas

 

Pedro
 

Quien así

con tanto descuido duerme,

limpia tiene la conciencia.

 

Octavio
 

Cuando viene vueselencia

a honrarme y favorecerme,

no es justo que duerma yo.

Velaré toda mi vida.

¿a qué y por qué es la venida?

 

Pedro
 

Porque aquí el rey me envió.

 

Octavio
 

Si el rey mi señor se acuerda

de mí en aquesta ocasión,

será justicia y razón

que por él la vida pierda.

Decidme, señor, ¿qué dicha

o qué estrella me ha guiado,

que de mí el rey se ha acordado?

 

Pedro
 

Fue, duque, vuestra desdicha.

Embajador del rey soy.

De él os traigo una embajada.

 

Octavio
 

Marqués, no me inquieta nada.

Decid, que aguardando estoy.

 

Pedro
 

A prenderos me ha enviado

el rey. No os alborotéis.

 

Octavio
 

¿Vos por el rey me prendéis?

Pues, ¿en qué he sido culpado?

 

Pedro
 

Mejor lo sabéis que yo,

mas, por si acaso me engaño,

escuchad el desengaño,

y a lo que el rey me envió.

Cuando los negros gigantes,

plegando funestos toldos

ya del crepúsculo huían,

unos tropezando en otros,

estando yo con su alteza,

tratando ciertos negocios,

porque antípodas del sol

son siempre los poderosos,

voces de mujer oímos,

cuyos ecos medio roncos,

por los artesones sacros

nos repitieron «¡Socorro!»

A las voces y al ruido

acudió, duque, el rey propio,

halló a Isabela en los brazos

de algún hombre poderoso;

mas quien al cielo se atreve

sin duda es gigante o monstruo.

Mandó el rey que los prendiera,

quedé con el hombre solo.

Llegué y quise desarmalle,

pero pienso que el demonio

en él formó forma humana,

pues que, vuelto en humo, y polvo,

se arrojó por los balcones,

entre los pies de esos olmos,

que coronan del palacio

los chapiteles hermosos.

Hice prender la duquesa,

y en la presencia de todos

dice que es el duque Octavio

el que con mano de esposo

la gozó.

 

Octavio
 

¿Qué dices?

 

Pedro
 

Digo

lo que al mundo es ya notorio,

y que tan claro se sabe,

que a Isabela, por mil modos,

 

[la tiene presa el rey].

 

Con vos, señor, o con otro,

esta noche en el palacio,

la habemos hallado todos.

 

Octavio
 

Dejadme, no me digáis

tan gran traición de Isabela,

mas… ¿si fue su amor cautela?

Proseguid, ¿por qué calláis?

Mas, si veneno me dais

 

Aparte

 

a un firme corazón toca,

y así a decir me provoca

que imita a la comadreja,

que concibe por la oreja,

para parir por la boca.

¿Será verdad que Isabela,

alma, se olvidó de mí

para darme muerte? Sí,

que el bien suena y el mal vuela.

Ya el pecho nada recela,

juzgando si son antojos,

que por darme más enojos,

al entendimiento entró,

y por la oreja escuchó,

lo que acreditan los ojos.

Señor marqués, es posible

que Isabela me ha engañado,

y que mi amor ha burlado.

Parece cosa imposible.

¡Oh mujer, ley tan terrible

de honor, a quien me provoco

a emprender! Mas ya no toco

en tu honor esta cautela.

¿Anoche con Isabela

hombre en palacio? Estoy loco.

 

Pedro
 

Como es verdad que en los vientos

hay aves, en el mar peces,

que participan a veces

de todos cuatro elementos;

como en la gloria hay contentos,

lealtad en el buen amigo,

traición en el enemigo,

en la noche oscuridad,

y en el día claridad,

y así es verdad lo que digo.

 

Octavio
 

Marqués, yo os quiero creer,

ya no hay cosa que me espante,

que la mujer más constante

es, en efecto, mujer.

No me queda más que ver,

pues es patente mi agravio.

 

Pedro
 

Pues que sois prudente y sabio

elegid el mejor medio.

 

Octavio
 

Ausentarme es mi remedio.

 

Pedro
 

Pues sea presto, duque Octavio.

 

Octavio
 

Embarcarme quiero a España,

y darle a mis males fin.

 

Pedro
 

Por la puerta del jardín,

duque, esta prisión se engaña.

 

Octavio
 

¡Ah veleta, ah débil caña!

A más furor me provoco,

y extrañas provincias toco,

huyendo de esta cautela.

Patria, adiós. ¿Con Isabela

hombre en palacio? Estoy loco.

 

Vanse todos.





[En la playa de Tarragona.]





Sale Tisbea, pescadora, con una caña de pescar en la mano.

Tisbea
 

Yo, de cuantas el mar,

pies de jazmín y rosas,

en sus riberas besa,

con fugitivas olas,

sola de amor exenta,

como en ventura sola,

tirana me reservo

de sus prisiones locas.

Aquí donde el sol pisa

soñolientas las ondas,

alegrando zafiros

las que espantaba sombras,

 

Joshua Cristall

 

por la menuda arena,

unas veces aljófar,

y átomos otras veces

del sol, que así le adora,

oyendo de las aves

las quejas amorosas,

y los combates dulces

del agua entre las rocas,

ya con la sutil caña,

que el débil peso dobla

del tierno pececillo,

que el mar salado azota,

o ya con la atarraya,

que en sus moradas hondas

prende en cuantos habitan

aposentos de conchas,

seguramente tengo

que en libertad se goza

el alma, que amor áspid

no le ofende ponzoña.

En pequeñuelo esquife,

ya en compañía de otras,

tal vez al mar le peino

la cabeza espumosa.

Y cuando más perdidas

querellas de amor forman,

como de todos río

envidia soy de todas.

Dichosa yo mil veces,

Amor, pues me perdonas,

si ya por ser humilde

no desprecias mi choza.

Obeliscos de paja

mi edificio coronan,

nidos, si no a cigüeñas,

a tortolillas locas.

Mi honor conservo en pajas

como fruta sabrosa,

vidrio guardado en ellas

para que no se rompa.

De cuantos pescadores

con fuego Tarragona

de piratas defiende

en la argentada costa,

desprecio soy, encanto,

a sus suspiros sorda,

a sus ruegos terrible,

a sus promesas roca.

Anfriso, a quien el cielo,

con mano poderosa,

prodigó un cuerpo y alma

dotado en gracias todas,

medido en las palabras,

liberal en las obras,

sufrido en los desdenes,

modesto en las congojas,

mis pajizos umbrales,

que heladas noches ronda,

a pesar de los tiempos

las mañanas remoza,

pues con los ramos verdes,

que de los olmos corta,

cubiertos amanecen

de flores sin lisonjas.

Ya con vigüelas dulces,

y sutiles zampoñas,

músicas me consagra,

y todo no le importa,

porque en tirano imperio

vivo de amor señora,

que halla gusto en sus penas,

y en sus infiernos gloria.

Todas por él se mueren,

y yo, todas las horas,

le mato con desdenes,

de amor condición propia;

querer donde aborrecen,

despreciar donde adoran,

que si le alegran muere,

y vive si le oprobian.

En tan alegre día,

segura de lisonjas,

mis juveniles años

amor no los malogra;

que en edad tan florida,

Amor, no es suerte poca,

no ver, tratando en redes,

las tuyas amorosas.

Pero, necio discurso,

que mi ejercicio estorbas,

en él no me diviertas

en cosa que no importa.

Quiero entregar la caña

al viento, y a la boca

del pececillo el cebo.

¡Pero al agua se arrojan

dos hombres de una nave,

antes que el mar la sorba,

que sobre el agua viene,

y en un escollo aborda!

Como hermoso pavón

hacen las velas ola,

adonde los pilotos

todos los ojos pongan.

Las olas va escarbando,

y ya su orgullo y pompa

casi la desvanece,

agua un costado toma.

Hundióse, y dejó al viento

la gavia, que la escoja

para morada suya,

que un loco en gavias mora.

 

Dentro gritos de «¡Que me ahogo!»

Tisbea
 

Un hombre al otro aguarda,

que dice que se ahoga.

¡Gallarda cortesía,

en los hombros le toma!

Anquises le hace Eneas

si el mar está hecho Troya.

Ya nadando, las aguas

con valentía corta,

y en la playa no veo

quien lo ampare y socorra.

Daré voces. ¡Tirso,

Anfriso, Alfredo, hola!

Pescadores me miran,

plega a Dios que me oigan,

mas milagrosamente

ya tierra los dos toman,

sin aliento el que nada,

con vida el que le estorba.

 

Saca en brazos Catalinon a don Juan, mojados

Catalinon
 

¡Válgame la Cananea,

y qué salado es el mar!

Aquí puede bien nadar

el que salvarse desea,

que allá dentro es desatino

donde la muerte se fragua.

Donde Dios juntó tanta agua

¿no juntara tanto vino?

Agua, y salada. Extremada

cosa para quien no pesca.

Si es mala aun el agua fresca,

¿qué será el agua salada?

¡Oh, quién hallara una fragua

de vino, aunque algo encendido!

Si del agua que he bebido

hoy escapo, no más agua.

Desde hoy abrenuncio de ella,

que la devoción me quita

tanto, que aun agua bendita

no pienso ver, por no vella.

¿Ah señor! Helado y frío

está. ¿Si estará ya muerto?

Del mar fue este desconcierto,

y mío este desvarío.

¡Mal haya aquél que primero

pinos en el mar sembró

y el que sus rumbos midió

con quebradizo madero!

¡Maldito sea el vil sastre

que cosió el mar que dibuja

con astronómica aguja,

causando tanto desastre!

¡Maldito sea Jasón,

y Tifis maldito sea!

Muerto está. No hay quien lo crea.

¡Mísero Catalinón!

¿Qué he de hacer?

 

Tisbea
 

Hombre, ¿qué tienes?

 

Catalinon
 

En desventura iguales,

pescadora, muchos males,

y falta de muchos bienes.

Veo, por librarme a mí,

sin vida a mi señor. Mira

si es verdad.

 

Tisbea
 

No, que aun respira.

 

Catalinon
 

¿Por dónde, por aquí?

 

Tisbea
 

Sí,

pues, ¿por dónde…?

 

Catalinon
 

Bien podía

respirar por otra parte.

 

Tisbea
 

Necio estás.

 

Catalinon
 

Quiero besarte

las manos de nieve fría.

 

Tisbea
 

Ve a llamar los pescadores

que en aquella choza están.

 

Catalinon
 

¿Y si los llamo, ¿vendrán?

 

Tisbea
 

Vendrán preso, no lo ignores.

¿Quién es este caballero?

 

Catalinon
 

Es hijo aqueste señor

del camarero mayor

del rey, por quien ser espero

antes de seis días Conde

en Sevilla, a donde va,

y adonde su alteza está,

si a mi amistad corresponde.

 

Tisbea
 

¿Cómo se llama?

 

Catalinon
 

Don Juan

Tenorio.

 

Tisbea
 

Llama mi gente.

 

Catalinon
 

Ya voy.

 

Vase Сatalinon.





Coge en el regazo Tisbea a don Juan

Tisbea
 

Mancebo excelente,

gallardo, noble y galán.

Volved en vos, caballero.

 

Juan
 

¿Dónde estoy?

 

Tisbea
 

Ya podéis ver,

en brazos de una mujer.

 

Juan
 

Vivo en vos, si en el mar muero.

Ya perdí todo el recelo

que me pudiera anegar,

pues del infierno del mar

salgo a vuestro claro cielo.

Un espantoso huracán

dio con mi nave al través,

para arrojarme a esos pies,

que abrigo y puerto me dan,

y en vuestro divino oriente

renazco, y no hay que espantar,

pues veis que hay de amar a mar

una letra solamente.

 

Tisbea
 

Muy grande aliento tenéis

para venir sin aliento,

y tras de tanto tormento,

mucho contento ofrecéis;

pero si es tormento el mar,

y son sus ondas crueles,

la fuerza de los cordeles,

pienso que os hacen hablar.

Sin duda que habéis bebido

del mar la ración pasada,

pues por ser de agua salada

con tan grande sal ha sido.

Mucho habláis cuando no habláis,

y cuando muerto venís,

mucho al parecer sentís,

plega a Dios que no mintáis.

Parecéis caballo griego,

que el mar a mis pies desagua,

pues venís formado de agua,

y estáis preñado de fuego.

Y si mojado abrasáis,

estando enjuto, ¿qué haréis?

Mucho fuego prometéis,

plega a Dios que no mintáis.

 

Pierre-Antoine Baudouin

Juan
 

A Dios, zagala, pluguiera

que en el agua me anegara,

para que cuerdo acabara,

y loco en vos no muriera;

que el mar pudiera anegarme

entre sus olas de plata,

que sus límites desata,

mas no pudiera abrasarme.

Gran parte del sol mostráis,

pues que el sol os da licencia,

pues sólo con la apariencia,

siendo de nieve abrasáis.

 

Tisbea
 

Por más helado que estáis,

tanto fuego en vos tenéis,

que en este mío os ardéis,

plega a Dios que no mintáis.

 

Sale Catalinon, Coridon y Anfriso, pescadores

Catalinon
 

Ya vienen todos aquí.

 

Tisbea
 

Y ya está tu fuego vivo.

 

Juan
 

Con tu presencia recibo

el aliento que perdí.

 

Coridon
 

¿Qué nos mandas?

 

Tisbea
 

Coridón,

Anfriso, amigos…

 

Coridon
 

Todos

buscamos por varios modos

esta dichosa ocasión.

Di qué nos mandas, Tisbea,

que por labios de clavel

no lo habrás mandado a aquél

que idolotrarte desea,

apenas, cuando al momento,

sin reservar llanto, o sierra,

surque el mar, are la tierra,

tale el fuego y pare el viento.

 

Tisbea
 

¡Oh, qué mal me parecía

estas lisonjas ayer,

y hoy echo en ellas de ver

que sus labios no mentían!

Estando, amigos, pescando

sobre este peñasco, vi

hundirse una nave allí,

y entre las olas nadando

dos hombres, y compasiva

di voces que nadie oyó;

y en tanta aflicción llegó

libre de la furia esquiva

del mar, sin vida a la arena,

de éste en los hombros cargado,

un hidalgo, ya anegado;

y envuelta en tan triste pena,

a llamaros envié.

 

Anfriso
 

Pues aquí todos estamos,

manda que en tu gusto hagamos,

lo que pensado no fue.

 

Tisbea
 

Que a mi choza los llevemos

quiero, donde guarecidos

reparemos sus vestidos

y a ellos los regalemos,

que mi padre gusta mucho

de esta debida piedad.

 

Catalinon
 

Extremada es su beldad.

 

Juan
 

Escucha aparte.

 

Catalinon
 

Ya escucho.

 

Juan
 

Si te pregunta quién soy,

di que no sabes.

 

Catalinon
 

¿A mí

quieres advertirme aquí

lo que he de hacer?

 

Juan
 

Muerto voy

por la hermosa pescadora.

Esta noche he de gozalla.

 

Catalinon
 

¿De qué suerte?

 

Juan
 

Ven y calla.

 

Coridon
 

Anfriso, dentro de un hora

los pescadores prevén

que cantan y bailan.

 

Anfriso
 

Vamos,

y esta noche nos hagamos

rajas, y paños también.

 

Juan
 

Muerto soy.

 

Tisbea
 

¿Cómo, si andáis?

 

Juan
 

Ando en pena, como veis.

 

Tisbea
 

Mucho habláis.

 

Juan
 

Mucho encendéis.

 

Tisbea
 

Plega a Dios que no mintáis.

 

Vanse todos





[En Sevilla, en el palacio real]





Salen don Gonzalo de Ulloa y el Rey don Alonso de Castilla

Rey
 

¿Cómo os ha sucedido en la embajada,

comendador mayor?

 

Gonzalo
 

Hallé en Lisboa

al rey don Juan tu primo, previniendo

treinta naves de armada.

 

Rey
 

¿Y para dónde?

 

Gonzalo
 

Para Goa me dijo, mas yo entiendo

que a otra empresa más fácil apercibe;

a Ceuta, o Tánger pienso que pretende

cercar este verano.

 

Rey
 

Dios le ayude,

y premie el cielo de aumentar su gloria.

¿Qué es lo que concertasteis?

 

Gonzalo
 

Señor, pide

a Cerpa, y Mora, y Olivencia, y Toro,

y por eso te vuelve a Villaverde,

al Almendral, a Mértola, y Herrera

entre Castilla y Portugal.

 

Rey
 

Al punto

se firman los conciertos, don Gonzalo;

mas decidme primero cómo ha ido

en el camino, que vendréis cansado,

y alcanzado también.

 

Gonzalo
 

Para serviros,

nunca, señor, me canso.

 

Rey
 

¿Es buena tierra

Lisboa?

 

Gonzalo
 

La mayor ciudad de España.

Y si mandas que diga lo que he visto

de lo exterior y célebre, en un punto

en tu presencia te podré un retrato.

 

Rey
 

Gustaré de oíllo. Dadme silla.

 

Gonzalo
 

Es Lisboa una octava maravilla.

De las entrañas de España,

que son las tierras de Cuenca,

nace el caudaloso Tajo,

que media España atraviesa.

Entra en el mar Oceano,

en las sagradas riberas

de esta ciudad por la parte

del sur; mas antes que pierda

su curso y su claro nombre

hace un cuarto entre dos sierras

donde están de todo el orbe

barcas, naves, caravelas.

Hay galeras y saetías,

tantas que desde la tierra

para una gran ciudad

adonde Neptuno reina.

A la parte del poniente,

guardan del puerto dos fuerzas,

de Cascaes y Sangián,

las más fuertes de la tierra.

Está de esta gran ciudad,

poco más de media legua,

Belén, convento del santo

conocido por la piedra

y por el león de guarda,

donde los reyes y reinas,

católicos y cristianos,

tienen sus casa perpetuas.

Luego esta máquina insigne,

desde Alcántara comienza

una gran legua a tenderse

al convento de Jabregas.

En medio está el valle hermoso

coronado de tres cuestas,

que quedara corto Apeles

cuando pintarlas quisiera,

porque miradas de lejos

parecen piñas de perlas,

que están pendientes del cielo,

en cuya grandeza inmensa

se ven diez Romas cifradas

en conventos y en iglesias,

en edificios y calles,

en solares y encomiendas,

en las letras y en las armas,

en la justicia tan recta,

y en una Misericordia,

que está honrando su ribera,

y pudiera honrar a España,

y aun enseñar a tenerla.

Y en lo que yo más alabo

de esta máquina soberbia,

es que del mismo castillo,

en distancia de seis leguas,

se ven sesenta lugares

que llega el mar a sus puertas,

uno de los cuales es

el Convento de Olivelas,

en el cual vi por mis ojos

seiscientas y treinta celdas,

y entre monjas y beatas,

pasan de mil y doscientas.

Tiene desde allí a Lisboa,

en distancia muy pequeña,

mil y ciento y treinta quintas,

que en nuestra provincia Bética

llaman cortijos, y todas

con sus huertos y alamedas.

En medio de la ciudad

hay una plaza soberbia,

que se llama del Ruzio,

grande, hermosa, y bien dispuesta,

que habrá cien años y aun más

que el mar bañaba su arena,

y agora de ella a la mar,

hay treinta mil casas hechas,

que perdiendo el mar su curso,

se tendió a partes diversas.

Tiene una calle que llaman

Rúa Nova, o calle nueva,

donde se cifra el oriente

en grandezas y riquezas,

tanto que el rey me contó

que hay un mercader en ella,

que por no poder contarlo,

mide el dinero a fanegas.

El terrero, donde tiene

Portugal su casa regia

tiene infinitos navíos,

varados siempre en la tierra,

de solo cebada y trigo,

de Francia y Ingalaterra.

Pues, el palacio real,

que el Tajo sus manos besa,

es edificio de Ulises,

que basta para grandeza,

de quien toma la ciudad

nombre en la latina lengua,

llamándose Ulisibona,

cuyas armas son la esfera,

por pedestal de las llagas,

que, en la batalla sangrienta,

al rey don Alfonso Enríquez

dio la majestad inmensa.

Tiene en su gran Tarazana

diversas naves, y entre ellas

las naves de la conquista,

tan grandes, que de la tierra

miradas, juzgan los hombres

que tocan en las estrellas.

Y lo que de esta ciudad

te cuento por excelencia,

es, que estando sus vecinos

comiendo, desde las mesas,

ven los copos del pescado

que junto a sus puertas pescan

que, bullendo entre las redes,

vienen a entrarse por ellas.

Y sobre todo el llegar

cada tarde a su ribera

más de mil barcos cargados

de mercancías diversas,

y de sustento ordinario,

pan, aceite, vino y leña,

frutas de infinita suerte,

nieve de sierra de Estrella,

que por las calles a gritos,

puesta sobre las cabezas,

la venden; mas, ¿qué me canso?

porque es contar las estrellas,

querer contar una parte

de la ciudad opulenta.

Ciento y treinta mil vecinos

tiene, gran señor, por cuenta,

y por no cansarte más,

un rey que tus manos besa.

 

Rey
 

Más estimo, don Gonzalo,

escuchar de vuestra lengua

esa relación sucinta,

que haber visto su grandeza.

¿Tenéis hijos?

 

Gonzalo
 

Gran señor,

una hija hermosa y bella,

en cuyo rostro divino

se esmeró naturaleza.

 

Rey
 

Pues yo os la quiero casar

de mi mano.

 

Gonzalo
 

Como sea

tu gusto, digo, señor,

que yo la acepto por ella;

pero ¿quién es el esposo?

 

Rey
 

Aunque no está en esta tierra,

es de Sevilla, y se llama

don Juan Tenorio.

 

Gonzalo
 

Las nuevas

voy a llevar a doña Ana.

[que ilustre esposo le espera].

 

Rey
 

Id en buena hora, y volved,

Gonzalo, con la respuesta.

 

Vanse todos





[En la plaza de Tarragona]





Salen don Juan Tenorio y Catalinon

Juan
 

Esas dos yeguas prevén,

pues acomodadas son.

 

Catalinon
 

Aunque soy Catalinón,

soy, señor, hombre de bien,

que no se dijo por mí,

«Catalinón es el hombre,»

que sabes que aquese nombre

me asienta al revés aquí.

 

Juan
 

Mientras que los pescadores

van de regocijo y fiesta,

tú las dos yeguas apresta,

que de sus pies voladores,

solo nuestro engaño fío.

 

Johann Georg Pforr

Catalinon
 

¿Al fin pretendes gozar

a Tisbea?

 

Juan
 

Si el burlar

es hábito antiguo mío,

¿qué me preguntas, sabiendo

mi condición?

 

Catalinon
 

Ya sé que eres

castigo de las mujeres.

 

Juan
 

Por Tisbea estoy muriendo,

que es buena moza.

 

Catalinon
 

Buen pago

a su hospedaje deseas.

 

Juan
 

Necio, lo mismo hizo Eneas

con la reina de Cartago.

 

Catalinon
 

Los que fingís y engañáis

las mujeres de esa suerte,

lo pagaréis en la muerte.

 

Juan
 

¡Qué largo me lo fiáis!

Catalinón con razón

te llaman.

 

Catalinon
 

Tus pareceres

sigue, que en burlar mujeres

quiero ser Catalinón.

Ya viene la desdichada.

 

Juan
 

Vete, y las yeguas prevén.

 

Catalinon
 

Pobre mujer, harto bien

te pagamos la posada.

 

Vase Catalinon y sale Tisbea

Tisbea
 

El rato que sin ti estoy

estoy ajena de mí.

 

Juan
 

Por lo que finges ansí,

ningún crédito te doy.

 

Tisbea
 

¿Por qué?

 

Juan
 

Porque si me amaras

mi alma favorecieras.

 

Tisbea
 

Tuya soy.

 

Juan
 

Pues, di, ¿qué esperas?

¿O en qué, señora, reparas?

 

Tisbea
 

Reparo en que fue castigo

de amor el que he hallado en ti.

 

Juan
 

Si vivo, mi bien, en ti,

a cualquier cosa me obligo,

aunque yo sepa perder

en tu servicio la vida,

la diera por bien perdida,

y te prometo de ser

tu esposo.

 

Tisbea
 

Doy desigual

a tu ser.

 

Juan
 

Amor es rey

que iguala con justa ley

la seda con el sayal.

 

Tisbea
 

Casi te quiero creer,

mas sois los hombres traidores.

 

Juan
 

¿Posible es, mi bien, que ignores

mi amoroso proceder?

Hoy prendes con tus cabellos

mi alma.

 

Tisbea
 

Ya a ti me allano,

bajo la palabra y mano

de esposo.

 

Juan
 

Juro, ojos bellos,

que mirando me matáis,

de ser vuestro esposo.

 

Tisbea
 

Advierte,

mi bien, que hay Dios y que hay muerte.

 

Juan
 

¡Qué largo me lo fiáis!

Ojos bellos, mientras viva

yo vuestro esclavo seré,

ésta es mi mano y mi fe.

 

Tisbea
 

No seré en pagarte esquiva.

 

Juan
 

Ya en mí mismo no sosiego.

 

Tisbea
 

Ven, y será la cabaña

del amor que me acompaña,

tálamo de nuestro fuego.

Entre estas cañas te esconde,

hasta que tenga lugar.

 

Juan
 

¿Por dónde tengo de entrar?

 

Tisbea
 

Ven, y te diré por dónde.

 

Juan
 

Gloria al alma, mi bien, dais.

 

Tisbea
 

Esa voluntad te obligue,

y si no, Dios te castigue.

 

Juan
 

¡Qué largo me lo fiáis!

 

Vanse y salen Coridon, Anfriso, Belisa y Musicos.

Coridon
 

Ea, llamad a Tisbea,

y las zagalas llamad,

para que en la soledad

el huésped la corte vea.

 

Anfriso
 

¡Tisbea, Lucindo, Antandra!

No vi cosa más cruel,

triste y mísero de aquél

que en su fuego es salamandra.

Antes que el baile empecemos,

a Tisbea prevengamos.

 

Belisa
 

Vamos a llamarla.

 

Coridon
 

Vamos.

 

Belisa
 

A su cabaña lleguemos.

 

Coridon
 

¿No ves que estará ocupada

con los huéspedes dichosos,

de quien hay mil envidiosos?

 

Anfriso
 

Siempre es Tisbea envidiada.

 

Belisa
 

Cantad algo mientras viene,

porque queremos bailar.

 

Anfriso
 

¿Cómo podrá descansar

cuidado que celos tiene?

 

Cantan

Musicos
 

«A pescar sale la niña,

tendiendo redes,

y en lugar de pececillos,

las almas prende.»

 

Sale Tisbea.

Tisbea
 

¡Fuego, fuego, que me quemo,

que mi cabaña se abrasa!

Repicad a fuego, amigos,

que ya dan mis ojos agua.

Mi pobre edificio queda

hecho otra Troya en las llamas,

que después que faltan Troyas,

quiere amor quemar cabañas;

mas si amor abrasa peñas,

con gran ira, fuerza extraña,

mal podrán de su rigor

reservarse humildes pajas.

¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!

Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

Ay choza, vil instrumento

de mi deshonra, y mi infamia,

cueva de ladrones fiera,

que mis agravios amparas.

Rayos de ardientes estrellas

en tus cabelleras caigan,

porque abrasadas estén,

si del viento mal peinadas.

¡Ah falso huésped, que dejas

una mujer deshonrada!

Nube que del mar salió,

para anegar mis entrañas.

¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!

Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

Yo soy la que hacía siempre

de los hombres burla tanta.

¡Que siempre las que hacen burla,

vienen a quedar burladas!

Engañóme el caballero

debajo de fe y palabra

de marido, y profanó

mi honestidad y mi cama.

Gozóme al fin, y yo propia

le di a su rigor las alas,

en dos yeguas que crié,

con que me burló y se escapa.

Seguidle todos, seguidle,

mas no importa que se vaya,

que en la presencia del rey

tengo de pedir venganza.

¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!

Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

 

Vase Tisbea.

Coridon
 

Seguid al vil caballero.

 

Anfriso
 

Triste del que pena y calla,

mas vive el cielo que en él

me he de vengar de esta ingrata.

Vamos tras ella nosotros,

porque va desesperada,

y podrá ser que ella vaya

buscando mayor desgracia.

 

Coridon
 

Tal fin la soberbia tiene,

su locura y confianza

paró en esto.

 

Dentro se oye gritando Tisbea «¡Fuego, fuego!»

Anfriso
 

Al mar se arroja.

 

Coridon
 

Tisbea, detente y para.

 

Tisbea
 

¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!

Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

 

Fin del acto primero





Acto II



[En Sevilla, el palacio real]





Salen el Rey y don Diego Tenorio, el viejo

Rey
 

¿Qué me dices?

 

Don Diego
 

Señor, la verdad digo.

Por esta carta estoy del caso cierto,

que es de tu embajador y de mi hermano;

halláronle en la cuadra del rey mismo

con una hermosa dama de palacio.

 

Rey
 

¿Qué calidad?

 

Don Diego
 

Señor, es la duquesa

Isabela.

 

Rey
 

¿Isabela?

 

Don Diego
 

Por lo menos.

 

Rey
 

¡Atrevimiento temerario! ¿Y dónde

ahora está?

 

Adolphe Jean-Baptiste Bayot

Don Diego
 

Señor, a vuestra alteza

no he de encubrille la verdad: anoche

a Sevilla llegó con un criado.

 

Rey
 

Ya conocéis, Tenorio, que os estimo,

y al rey informaré del caso luego,

casando a ese rapaz con Isabela,

volviendo a su sosiego al duque Octavio,

que inocente padece; y luego al punto

haced que don Juan salga desterrado.

 

Don Diego
 

¿Adónde, mi señor?

 

Rey
 

Mi enojo vea

en el destierro de Sevilla; salga

a Lebrija esta noche, y agradezca

sólo al merecimiento de su padre…

Pero, decid, don Diego, ¿qué diremos

a Gonzalo de Ulloa, sin que erremos?

Caséle con su hija y no sé cómo

lo puedo ahora remediar.

 

Don Diego
 

Pues mira,

gran señor, qué mandas que yo haga

que esté bien al honor de esta señora,

hija de un padre tal.

 

Rey
 

Un medio tomo

con que absolvello del enojo entiendo:

Mayordomo mayor pretendo hacelle.

 

(Sale un Criado.)

 

Criado

Un caballero llega de camino,

y dice, señor, que es el duque Octavio.

 

Rey
 

¿El duque Octavio?

 

Criado
 

Sí, señor.

 

Rey
 

Sin duda

que supo de don Juan el desatino,

y que viene, incitado a la venganza,

a pedir que le otorgue desafío.

 

Don Diego
 

Gran señor, en tus heroicas manos

está mi vida, que mi vida propria

es la vida de un hijo inobediente,

que, aunque mozo, gallardo y valeroso,

y le llaman los mozos de su tiempo

el Héctor de Sevilla, porque ha hecho

tantas y tan extrañas mocedades,

la razón puede mucho. No permitas

el desafío, si es posible.

 

Rey
 

Basta.

Ya os entiendo, Tenorio, honor de padre.

Entre el Duque.

 

Don Diego
 

Señor, dame esas plantas.

¿Cómo podré pagar mercedes tantas?

 

(Sale el Duque Octavio, de camino.)

Octavio
 

A esos pies, gran señor, un peregrino,

mísero y desterrado, ofrece el labio,

juzgando por más fácil el camino

en vuestra gran presencia.

 

Rey
 

Duque Octavio…

 

Octavio
 

Huyendo vengo el fiero desatino

de una mujer, el no pensado agravio

de un caballero que la causa ha sido

de que así a vuestros pies haya venido.

 

Rey
 

Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia.

Yo al rey escribiré que os restituya

en vuestro estado, puesto que el ausencia

que hicisteis algún daño os atribuya.

Yo os casaré en Sevilla con licencia

y con perdón y gracia suya;

que puesto que Isabela un ángel sea,

mirando la que os doy, ha de ser fea.

Comendador mayor de Calatrava

es Gonzalo de Ulloa, un caballero

a quien el moro por temor alaba,

que siempre es el cobarde lisonjero.

Este tiene una hija en quien bastaba

en dote la virtud, que considero,

después de la verdad, que es maravilla,

y es sol de las estrellas de Sevilla.

Ésta quiero que sea vuestra esposa.

 

Octavio
 

Cuando yo este viaje le emprendiera

a sólo eso, mi suerte era dichosa,

sabiendo yo que vuestro gusto fuera.

 

Rey
 

Hospedaréis al duque, sin que cosa

en su regalo falte.

 

Octavio
 

Quien espera

en vos, señor, saldrá de premios lleno.

Primero Alfonso sois, siendo el Onceno.w

 

Vanse el Rey y don Diego Tenorio, y sale Ripio.

Ripio
 

¿Qué ha sucedido?

 

Octavio
 

Que he dado

el trabajo recibido,

conforme me ha sucedido,

desde hoy por bien empleado.

Hablé al rey, vióme y honróme,

César con él César fui,

pues vi, peleé y vencí,

y ya hace que esposa tome

de su mano, y se prefiere

a desenojar al rey

en la fulminada ley.

 

Ripio
 

Con razón el nombre adquiere

de generoso en Castilla.

¿Al fin te llegó a ofrecer

mujer?

 

Octavio
 

Sí, amigo, y mujer

de Sevilla, que Sevilla

da, si averiguarlo quieres,

porque de oíllo te asombres,

si fuertes y airosos hombres,

también gallardas mujeres.

Un manto tapado, un brío,

donde un puro sol se esconde,

si no es en Sevilla, (adónde

se admite? El contento mío

es tal que ya me consuela

en mi mal.

 

Salen Catalinon y don Juan.

Catalinon
 

Señor, detente,

que aquí está el duque, inocente

sagitario de Isabela,

aunque mejor le diré

capricornio.

 

Juan
 

Disimula.

 

Catalinon
 

Cuando le vende, le adula.

 

Juan
 

Como a Nápoles dejé

por enviarme a llamar

con tanta prisa mi rey,

y como su gusto es ley,

no tuve, Octavio, lugar

de despedirme de vos

de ningún modo.

 

Octavio
 

Por eso,

don Juan amigo, os confieso,

que hoy nos juntamos los dos

en Sevilla.

 

Juan
 

¿Quién pensara,

duque, que en Sevilla os viera;

vos Puzol, vos la Ribera,

desde Parténope clara

dejáis? Aunque es un lugar

Nápoles tan excelente,

por Sevilla solamente

se puede, amigo, dejar.

 

Octavio
 

Si en Nápoles os oyera,

y no en la parte en que estoy,

del crédito que ahora os doy

sospecho que me riera.

Mas, llegándola a habitar,

es, por lo mucho que alcanza

corta, cualquier alabanza

que a Sevilla queráis dar,

¿quién es el que viene allí?

 

Juan
 

El que viene es el marqués

de la Mota.

 

Octavio
 

Descortés

es fuerza ser.

 

Juan
 

Si de mí

al hubiereis menester,

aquí espada y brazo está.

 

Catalinon
 

(Y si importa gozará

 

Aparte

 

en su nombre otra mujer,

que tiene buena opinión).

 

Octavio
 

De vos estoy satisfecho.

 

Catalinon
 

Si fuere de algún provecho,

señores, Catalinón,

vuarcedes continuamente

me hallarán para servillos.

 

Ripio
 

¿Y dónde?

 

Catalinon
 

En los Pajarillos,

tabernáculo excelente.

 

Vanse Octavio y Ripio y salen el marqués de la Mota y su Criado

Mota
 

Todo hoy os ando buscando,

y no os he podido hallar.

¿Vos, don Juan, en el lugar,

y vuestro amigo penando

en vuestra ausencia?

 

Juan
 

Por Dios,

amigo, que me debéis

esa merced que me hacéis.

 

Catalinon
 

(Como no le entreguéis vos

 

Aparte

 

moza o cosa que lo valga,

bien podéis fiaros de él,

que en cuanto a esto es cruel,

tiene condición hidalga).

 

Juan
 

¿Qué hay de Sevilla?

 

Mota
 

Está ya

toda esta corte mudada.

 

Juan
 

¿Mujeres?

 

Mota
 

Cosa juzgada.

 

Juan
 

¿Inés?

 

Mota
 

A Bejel se va.

 

Juan
 

Buen lugar para vivir

la que tan dama nació.

 

Mota
 

El tiempo la desterró

a Bejel.

 

Juan
 

Irá a morir.

¿Constanza?

 

Mota
 

Es lástima vella

lampiña de frente y ceja,

llámala el portugués vieja,

y ella imagina que bella.

 

Juan
 

Sí, que velha en portugués

suena «vieja» en castellano.

¿Y Teodora?

 

Mota
 

Este verano

se escapó del mal francés

por un río de sudores,

y está tan tierna y reciente

que anteayer me arrojó un diente

envuelto entre muchas flores.

 

Juan
 

¿Julia, la del Candilejo?

 

Mota
 

Ya con sus afeites lucha.

 

Juan
 

¿Véndese siempre por trucha?

 

Mota
 

Ya se da por abadejo.

 

Juan
 

¿El barrio de Cantarranas

tiene buena población?

 

Mota
 

Ranas las más de ellas son.

 

Juan
 

¿Y viven las dos hermanas?

 

Mota
 

Y
...